Chris Stewart es un inglés que después de varias idas y venidas por el mundo decide instalarse en un pequeño y destrozado cortijo en las Alpujarras. En Entre limones nos cuenta todos sus periplos para hacer de el Valero -el nombre de la casa- un hogar. Junto a varios vecinos y su mujer Ana consigue lograrlo. Ahora se dedica al cuidado de las ovejas, de la agricultura y del cuidado del cortijo en general.
Es un libro entretenido, fácil de leer y divertido. (Aquí quizás debería hacer un inciso y concretar que esta es mi opinión personal ya que conozco una persona que se lo leyó también y el libro pasó sin pena ni gloria por su vida. Es más, le pareció aburrido)
Pero desgraciadamente, las codornices no lo entendieron así. Cuando las introdujimos en su nuevo hogar, se fueron directamente a un rincón del ponedero y se quedaron allí escondidas con aire desolado y triste. Después de comportarse de esta manera tan poco prometedora durante aproximadamente una semana, al final lograron experimentar una de las pocas situaciones de que gozan las codornices en su hábitat natural: ser devoradas por un zorro.
En El loro en el limonero ya no te cuenta cómo llegaron al Valero y empezaron allí su vida, sino que en unas ocasiones recuerda su infancia -lejos de Granada- y en otras te cuenta historias que le han ido sucediendo en su casa con su mujer y su hija Chloë, su amigo Domingo, los Wwoofers y su guitarra entre otras cosas.
En honor a la verdad he de decir que esta segunda parte me ha servido sobretodo para liberar la mente después de leer El Soldado olvidado. Es una lectura suave y fácil. Graciosa en ocasiones, pero en general un poco más floja que la anterior.
La oveja era una atuténtica calamidad, pero finalmente conseguí quitarle la mayor parte de la lana a fuerza de empujones y codazos, y de darles tirones con la mano sin piedad a los mechones más reacios. Cuando al final regresó a la oscuridad, su aspecto era lamentable.
-Lo siento Björn -dije jadeante-. Está hecha un espantajo, pero me ha llevado casi quince minutos esquilar una maldita oveja...
Mientras tanto los bares de la plaza tienen unos sistemas de sonido del tamaño de pequeñas casas que retumban y golpetean día y noche, haciendo imposible el mantener el menor asomo de conversación. Sin embargo los lugareños se quedan ahí sentados charlando como si tal cosa. Creo firmemente que los españoles tienen unos oídos más evolucionados que el resto de nosotros.
Ya para terminar, he de decir que lo que hicieron Chris y Ana me parece de auténticos valientes al dejar su vida y a su gente, para venir a un pueblo de Granada del que no conocen nada en absoluto. Muchas veces durante la lectura de ambos libros he envidiado la decisión que tomaron, y si no tuviera tanto miedo a renunciar a todo a lo que me he acostumbrado, haría lo mismo que ellos.