Se trata de una historia corta aunque, aun así, cuenta casi toda la vida de la autora. Es en formato cómic y, excepto por una ilustración a todo color, todas las demás están en negros, grises y blancos. Esos tonos ayudan a empatizar con lo que siente la autora y es que, desde muy pequeña, vive acomplejada por su cuerpo y eso le hace caer en una espiral de autodestrucción.
No recuerda cuándo fue, pero ya desde pequeña escuchaba comentarios sobre su cuerpo que no entendía a qué venían. Dejó sus clases de baile siendo niña porque los trajes no le cabían, y se acomplejó por ello; dejó de llevar pantalones cortos porque los muslos le rozaban y se hacía heridas. Sintió que sus piernas no eran dignas de ser mostradas y así, poco a poco, fue ocultando todo su cuerpo. Desde que era una niña.
La sociedad marca unos cánones de belleza y, nos guste o no, todos, en mayor o menor medida, nos vemos afectados por ellos. Diría que el que los cumple se siente bien y afortunado, pero lo que para mí es un cuerpo perfecto, para el dueño o la dueña que lo posee es un cuerpo con defectos. Da igual lo perfecto que sea un cuerpo que su dueño siempre va a querer cambiar algo. El que es alto o el que es bajo, el guapo o el feo, el gordo o el flaco, el rubio o el moreno. Da igual.
Marie-Noëlle cuenta cómo su vida gira en torno a lo que no tiene -un cuerpo "bonito" para la sociedad- y lo que sí tiene -hambre, culpa y ansiedad-. Ambos se retroalimentan y cuando la ansiedad por ser la más "fea" de algún lugar (según su criterio) aparece, el hambre llega con ella, lo que, inevitablemente, hace llamar a la culpa más tarde. Comprar en el supermercado le supone un trauma porque piensa que la gente la va a juzgar por comer chocolate o patatas fritas estando gorda. Se justifica delante de amigos y familia por comer lo que le apetece y todo eso la va sumiendo en una depresión.
No voy a contar cómo acaba la historia, aunque en verdad, eso es lo de menos. Lo importante es que da a conocer su realidad, que resulta que es la realidad de muchas personas. Me he visto reflejada en tantas situaciones de las que habla que casi podría firmar yo el libro y, lo más triste de todo es que, ahora viendo fotos de los momentos en los que me creía gorda, veo que era completamente normal. Delgada, incluso. Recuerdo perfectamente uno de esos momentos: la boda de mi hermana mayor. Compré un vestido precioso (que sé que jamás volveré a ponerme) de la talla 38. La boda se retrasó varios meses por motivos personales y cuando llegó el momento, el vestido me apretaba. Nada exagerado, lo llevé toda la noche, pero yo me sentía gorda. Os recuerdo que era una 38. Compararme con otras chicas de naturaleza delgada me hacía sentir horrible y gorda, a pesar de que ni lo era ni lo estaba. Por eso sabía que iba a empatizar con este libro cuando lo vi. Por eso supe que tenía que leerlo. Porque pone voz a mis pensamientos de hace años.
Hace tiempo que yo dejé de justificar lo que como, aunque por dentro pienso (-sé-) que hay gente juzgándome. Ya me da igual lo que piensen. Casi a diario veo cómo amigas y amigos míos se justifican por comer lo que sea. Gente que está delgada y que después se va al gimnasio o a correr y que, aun así, sienten que tienen que justificarse por una guarnición de patatas fritas o por comer una pulga en el desayuno porque ya han desayunado en casa. De verdad que este tema es parte de mi día a día y me tiene agotada.
Gorda y fea me parece un libro muy valiente. Marie-Noëlle se ha desnudado por completo en él y se merece todo el respeto y un aplauso enorme por lo que ha hecho. Aunque hubiera sido la única en sentirse así, y no hubiera hecho que miles de personas se identificaran con su historia, se habría merecido una ovación.