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martes, 27 de enero de 2009

El loro en limonero Chris Stewart

Es justo -y bastante lógico además- que antes de hablar de este libro ponga en antecedentes de lo que fue Entre limones, la primera parte de la historia por así decir.

Chris Stewart es un inglés que después de varias idas y venidas por el mundo decide instalarse en un pequeño y destrozado cortijo en las Alpujarras. En Entre limones nos cuenta todos sus periplos para hacer de el Valero -el nombre de la casa- un hogar. Junto a varios vecinos y su mujer Ana consigue lograrlo. Ahora se dedica al cuidado de las ovejas, de la agricultura y del cuidado del cortijo en general.

Es un libro entretenido, fácil de leer y divertido. (Aquí quizás debería hacer un inciso y concretar que esta es mi opinión personal ya que conozco una persona que se lo leyó también y el libro pasó sin pena ni gloria por su vida. Es más, le pareció aburrido)

Pero desgraciadamente, las codornices no lo entendieron así. Cuando las introdujimos en su nuevo hogar, se fueron directamente a un rincón del ponedero y se quedaron allí escondidas con aire desolado y triste. Después de comportarse de esta manera tan poco prometedora durante aproximadamente una semana, al final lograron experimentar una de las pocas situaciones de que gozan las codornices en su hábitat natural: ser devoradas por un zorro.

En El loro en el limonero ya no te cuenta cómo llegaron al Valero y empezaron allí su vida, sino que en unas ocasiones recuerda su infancia -lejos de Granada- y en otras te cuenta historias que le han ido sucediendo en su casa con su mujer y su hija Chloë, su amigo Domingo, los Wwoofers y su guitarra entre otras cosas.

En honor a la verdad he de decir que esta segunda parte me ha servido sobretodo para liberar la mente después de leer El Soldado olvidado. Es una lectura suave y fácil. Graciosa en ocasiones, pero en general un poco más floja que la anterior.

La oveja era una atuténtica calamidad, pero finalmente conseguí quitarle la mayor parte de la lana a fuerza de empujones y codazos, y de darles tirones con la mano sin piedad a los mechones más reacios. Cuando al final regresó a la oscuridad, su aspecto era lamentable.
-Lo siento Björn -dije jadeante-. Está hecha un espantajo, pero me ha llevado casi quince minutos esquilar una maldita oveja...
Mientras tanto los bares de la plaza tienen unos sistemas de sonido del tamaño de pequeñas casas que retumban y golpetean día y noche, haciendo imposible el mantener el menor asomo de conversación. Sin embargo los lugareños se quedan ahí sentados charlando como si tal cosa. Creo firmemente que los españoles tienen unos oídos más evolucionados que el resto de nosotros.

Ya para terminar, he de decir que lo que hicieron Chris y Ana me parece de auténticos valientes al dejar su vida y a su gente, para venir a un pueblo de Granada del que no conocen nada en absoluto. Muchas veces durante la lectura de ambos libros he envidiado la decisión que tomaron, y si no tuviera tanto miedo a renunciar a todo a lo que me he acostumbrado, haría lo mismo que ellos.

viernes, 16 de enero de 2009

El soldado olvidado Guy Sajer

Realmente nunca había escuchado, visto o leído una historia similar a la que nos cuenta Guy Sajer en este libro. La historia del ejército vencido.

A lo largo del libro el autor se lamenta varias veces de no ser escritor para poder expresar con otras palabras lo que vivió en su juventud; sin embargo yo creo que lo que hace de éste un gran libro, es precisamente que está escrito para contar simple y llanamente lo que pasó sin los adornos ni las florituras que un escritor habría utilizado.

Guy Sajer entró a formar parte del ejército alemán tres años antes del final de la Segunda Guerra Mundial y narra en este libro las penurias que pasó. No habla de campos de concentración, no habla de la raza aria. Ni siquiera confiesa estar de acuerdo con los motivos que el ejército alemán tenía para luchar. No, de lo que habla es del sinsentido de la guerra. De lo que sufre un soldado ya esté en un bando o en el otro. Un soldado, ya sea alemán o ruso, pasa frío, pasa hambre y muere en el campo de batalla. Y eso parece no importarle a nadie.
Es increíble como muchas veces, a pesar de estar en una situación de peligro, Guy Sajer era capaz no sólo de pensar en él y en sus compañeros sino que también lo era de ponerse en la piel del soldado ruso que iba a ser atacado, o de preguntarse si ese soldado rojo que le disparaba a él sentía tanto miedo como sentía él. Si atacaba sólo como una defensa o si realmente quería matar y aniquilar a todo enemigo que se le pusiera por medio.

Es imposible sólo con la lectura de un libro, hacerse a la idea de lo que fue aquello según Guy Sajer. Y seguro que tiene razón. Habla de compañeros suyos que han perdido completamente el norte, gente paralizada por el miedo sin saber qué hacer o a dónde dirigirse durante un ataque, soldados muertos o heridos que no llegaron a ver el final de la guerra. Y por otro lado, también habla de la camaradería que existe, de los vínculos que se crean, de cómo es posible encontrar la felicidad en un suelo seco para poder dormir después de haberlo hecho durante días en la tierra mojada.

Una de las cosas que más me ha gustado del libro es la amistad que existe entre los soldados y la forma que tienen de entenderse con sólo una mirada. Por supuesto no quiero decir con esto que este tipo de camaradería sólo exista en la guerra. A mí me ha pasado con compañeros de trabajo, con mis hermanas, con mis amigos. Pero nunca es igual con unos y con otros.

En un momento dado en el libro están buscando soldados para ser incorporados a las tropas combatientes. Y piden voluntarios...

Su elección había recaído, sobre todo, entre los más altos, entre los que tenían mejor semblante, entre los más fuertes. Un índice, enguantado de piel negra, apuntó súbitamente, recto como el cañón de un mauser, a la frente de mi mejor compañero, de mi hermano en toda aquella guerra. Como hipnotizado, Halls avanzó tres pasos y el taconazo que dio al cuadrarse, pareció un portazo, una puerta amenazadora que quizá me separaría para siempre del único amigo de verdad que había tenido, de la única razón de vivir que, finalmente, me interesaba en medio de la desesperación por que había pasado ya.
Después de un corto instante de vacilación, estuve en la fila de los voluntarios sin haber sido obligado a ello. Mi mirada, atontada y confusa, se cruzó un instante con la de Halls, cuyas mejillas enrojecieron como las de un chiquillo al que acaban de dar un gusto y no sabe cómo agradecerlo.

El otro día bajaron las temperaturas en Madrid y los termómetros marcaron cero grados. La nieve cubrió los parques, los coches y heló mis pies como hacía tiempo que no se helaban. Todo el mundo decía que hacía frío y yo pensé: "¿sentirían frío los soldados con esta temperatura o para ellos cero grados sería como estar entrando en la primavera?" Después de leer lo que dice el libro tengo la sensación de que para ellos no sería nada más que una leve brisa.

Es un libro duro, de eso no cabe duda, pero es un libro que nadie debería dejar de leer. No te deja indiferente ante nada. De alguna manera te ves agazapado junto a Sajer entre la nieve para evitar que te vea el ejército contrario y, para mí, un libro que es capaz de transportate al lugar que describen sus páginas y que te emociona con cada historia que relata, es un libro que realmente merece la pena.

Desesperado volví a la cabina. Hurgué apresuradamente en mi macuto, en busca de una venda.
-Voy a curarte -murmuré-. No llores más.
Me había vuelto loco. Él no lloraba, tenía la respiración ronca y jadeante de los moribundos, nada más. Era yo quien lloraba. La sangre había salpicado todo su capote. Con la venda en la mano me puse a mirar a mi camarada...

...Sin reprimir las lágrimas, recé de una manera insensata diciendo todo lo que pasaba por la cabeza.
-¡Sálvalo, sálvalo! -repetía sin cesar-. Si hay un Dios, que haga algo. ¡Dios, sálvalo, manifiéstate! Él creía en ti. ¡Sálvalo! -gritaba, furioso.
En la cabina de un camión gris, perdido en plena Rusia, un hombre y un adolescente luchaban desesperadamente. El hombre luchaba con la muerte y el adolescente contra la desesperación que tan cerca está de la muerte. Estaban los dos solos con su enemigo implacable, y Dios, que vela sobre todo, no hizo un gesto.

Los últimos capítulos del libro me han costado quizá un poco más por la forma en que está relatada la historia, pero el final no me ha defraudado. Lo he terminado de leer hace apenas unos minutos en el metro y he de reconocer que me ha emocionado. Me ha llevado más de un mes leer este libro y después de este tiempo creo que Guy Sajer es uno de esos personajes que te dejan huella. Me he acostumbrado a él y creo que le voy a echar de menos.