Hay quien dice que para ser chica tengo gustos raros en cuanto a literatura y cine se refiere porque me gustan las películas y los libros de guerra. Sin embargo para mí estas historias describen unas situaciones y unas emociones mucho más intensas que cualquier otro estilo literario. El miedo se intensifica. El amor se multiplica. La pasión con que se vive cada momento es mil veces mayor que en cualquier otra situación. La alegría y el júbilo son emociones que pueden hacer parecer dementes a los que la sufren. La derrota y la victoria están tan cerca la una de la otra que muchas veces es difícil distinguir en qué bando está una u otra.
Sencillamente la guerra es un tema que me parece apasionante. Sé que es un tema duro y que siempre leeré cosas que no quiero leer por lo duro que pueda resultar hacerlo, pero aún así me gusta y eso no lo puedo cambiar. Un simple hecho puede convertir en héroe o en villano. Un grito puede dar valor al más cobarde y una mirada aliento al que está a punto de desfallecer.
Quizás el hecho de que el libro esté narrado por una mujer que nada tiene que ver con la guerra -igual que yo- hace más verosímil, a mis ojos, la historia que cuenta. Es un punto de vista que no deja de sorprenderme en toda la historia pues está narrado de tal manera que aunque sabes que es una mujer quien la cuenta, muchas veces parece que esté siendo contada por un hombre. Me he sorprendido varias veces volviendo a la realidad y diciéndome: "¡Anda! ¡Pero si era Abira quien estaba contando la batalla!".
Y precisamente es con Abira con quien da comienzo El ejército perdido. Una niña que pensaba que viviría toda su vida en la monotonía de su aldea y que decidió huir cuando apareció en su vida Jenofonte, un soldado enrolado en un ejército de mercenarios que para ella era el príncipe azul con el que siempre había soñado. A pesar de no haber cruzado ni una palabra con él decide abandonar su aldea, sus amigas y su familia. Desde ese momento se convierte en una de las muchas mujeres que acompañan a los soldados durante el tiempo que dura la guerra a la que se dirigen.
El ejército perdido cuenta el espíritu de supervivencia de los 10.000 bajo el punto de vista de esta muchacha que con el paso del tiempo y del observar la actuación de los soldados, se convierte casi en una más de ellos. Es capaz de ver, sentir e intuir más cosas que el más cualificado de los soldados a pesar de que nadie creerá, a excepción de Jeno en algunos casos, lo que dice una mujer.
Ciro forma un ejército para derrotar a su hermano Artajerjes y quedarse con el trono. Cuando en la primera batalla Ciro muere a manos de su hermano mayor el ejército de mercenarios que había contratado lucha para encontrar la manera de volver a su casa de la manera más rápida posible. Sin embargo el camino más rápido no es siempre el más seguro, así que no pueden coger el camino por el que había llegado. Para volver a su tierra los Diez Mil luchan contra los ejércitos de las montañas, las inclemencias del tiempo, el ejército vencedor y contra las conspiraciones.
El ejército perdido empieza muy fuerte, enganchándote desde el primer momento; unas páginas después afloja un poco haciéndote dudar si realmente podrás terminar de leer; por último entras en un torbellino de guerras, intrigas, conspiraciones, pasiones, miedos, envidias y afán de superación que te mantienen pegado al libro durante horas para terminar con un final a medias sorprendente, a medias predecible.
Por último me gustaría comentar y sobre todo alabar el trabajo que Valerio Massimo Manfredi ha hecho al ponerse en la piel de una mujer y saber defender sus valores como cualquier mujer habría hecho.
Pensé en mis amigas que dormían en sus camas calientes y limpias en las casas que olían a cal y no las envidiaba, como no las envidio ahora que quizá tienen hijos e hijas y un marido que piensa en ellas mientras que yo no tengo a nadie. No las envidio porque yo he hecho el amor con la tierra como yacija y el cielo como techo, y cada beso, cada respiro, cada latido del corazón me ha hecho volar cada vez más alto, sobre el desierto, sobre las aguas del Gran Río, sobre el horror de aquella jornada sangrienta.
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-Eh, tú, bastardo, ¿por qué no miras dónde pisas? ¿Es que no ves a esa con el barrigón que has tirado al suelo? Su coño no vale ahora nada, ¿verdad? Menos que nada, maldita sea, y que reviente no le importa un carajo a nadie, pero si no hubiera sido una como ella la que te llevó en su vientre durante nueve meses tampoco tú existirías. ¡Corre, maldita sea, corre para que te jodan!
Para gran asombro mío había pronunciado palabras que en condiciones normales me habría sonrojado solo de pensarlas, pero el hombre se detuvo y se quitó el yelmo descubriendo una doble hilera de dientes blanquísimos.
-Si no corremos, moriremos, muchacha, corremos porque hay que llegar a esa parte cuanto antes. Una vez que hayamos llegado, y si sigo con vida, trataré de encontraros y de echaros una mano. Tratad de aguantar.
No creía lo que veían mis ojos y oían mis oídos: aquel joven era Nicarco de Arcadia...
... -Pero tú... pero yo. -Era inútil: había ya desaparecido, se había calado el yelmo y convertido de nuevo en una máscara de bronce, como los demás, uno de los Diez Mil.
Era un milagro, pensé: si él lo había conseguido, lo conseguiríamos también nosotras.