Paseando por Granada hace unas semanas no pude evitar sacar una foto al nombre de esta calle:
Y es que, irremediablemente, me trajo la frase que da nombre al post a la memoria. Recordé los tiempos de colegio en que leí el romancero español con nostalgia. Ya voy adelantando que en breve veréis la reseña del libro porque voy a releerlo (una vez más)
Mientras tanto os dejo con el moro de la morería...
—¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería,
el día que tú naciste grandes señales había!
Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace no debe decir mentira.
el día que tú naciste grandes señales había!
Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro, bien oiréis lo que diría:
—Yo te lo diré, señor, aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho mi madre me lo decía
que mentira no dijese, que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey, que la verdad te diría.
—Yo te agradezco, Abenámar, aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían!
—Yo te lo diré, señor, aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho mi madre me lo decía
que mentira no dijese, que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey, que la verdad te diría.
—Yo te agradezco, Abenámar, aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían!
—El Alhambra era, señor, y la otra la mezquita,
los otros los Alixares, labrados a maravilla.
El moro que los labraba cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra, otras tantas se perdía.
El otro es Generalife, huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas, castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan, bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada, contigo me casaría;
daréte en arras y dote a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería.
los otros los Alixares, labrados a maravilla.
El moro que los labraba cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra, otras tantas se perdía.
El otro es Generalife, huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas, castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan, bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada, contigo me casaría;
daréte en arras y dote a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería.
4 comentarios:
Me encantan los romances. Varias antologías tengo en casa. Creo que la culpa la tiene ua profe que tuve en la universidad, que ama los romances y lo explica con tanta pasión, con tanto cariño, que a tod@s nos contagió su amor por esta poesía.
Besotes!!!
Tan hermosos los romances como la ciudad. Comparto con Margari el gusto por los romances y la poesía tradicional que nos inculcó la profesora de la facultad... buenos recuerdos ;)
Y Granada, tan mágica y cautivadora que merece ser visitada con frecuencia.
Gracias Narayani por traerme ambos recuerdos :)
Saluditos, Trinita
¡Hola!
Este romance me encantaba de pequeña. Yo tuve una maestra en la escuela, hace ya un montón de años, que era una enamorada de la poesía y nos inculcó ese mismo amor que ella sentía. Recuerdo bastantes de Lorca y de Machado (increíblemente los podría recitar de memoria aún hoy) y de los primeros versos de este romance.
Ha sido todo un placer releerlo después de tanto tiempo.
Un besín
Ais... qué ganas de ir a Granada!
Besotes
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