Hablar de un libro que te ha gustado mucho puede ser muy fácil o
muy difícil. El que traigo hoy creo que es de los segundos, pero también es
posible que me ponga a escribir y me salga del tirón. ¿Quién sabe? El caso es
que lo he disfrutado, puede que más por cómo lo cuenta el autor, que por lo que
cuenta, pero en cualquier caso, ha sido una muy buena lectura.
En septiembre hice un viaje por la costa oeste de EEUU y pensé
que llevarme a Steinbeck conmigo era una buena idea... Y de hecho lo fue, si no fuese porque el tiempo que dediqué a leer en las vacaciones fue mínimo, así que al final, he terminado de leer su viaje por
Estados Unidos después de terminar yo el mío. Y en parte me ha gustado leer sobre
sitios en los que he estado recientemente, como San Francisco, pero también es
cierto que me habría gustado leer sobre ellos antes para poder releer esos fragmentos (muchos) que, por lo que sea, me han llamado la atención y que he ido subrayando como una loca.
He oído muchas veces que lo mejor para escribir sobre algo es
conocer bien de qué se escribe y eso es justo lo que hace Steinbeck en este
libro: conocer su país para poder hablar de él. La mayoría de sus libros los
escribió antes de ese viaje, pero creo que, aun así, la intención era buena
queriendo informarse.
Como todo buen viaje que se precie, el viaje de Steinbeck
comienza con los preparativos: la compra de la furgoneta y el añadido para
convertirla en caravana, provisiones, mapas de carretera, libros, un itinerario
y, por supuesto, su perro Charley, su fiel compañero. Lo demás va surgiendo
sobre la marcha. Poco a poco va avanzando y recorriendo kilómetros, alejándose y a la vez acercándose, ya que, cuanto antes comience su viaje, antes
podrá volver con su mujer a casa. De su viaje quiere sacar información tanto de
la gente como de los lugares y es que todo va cambiando en función de dónde se
encuentre: los colores, las personas, los olores, los atardeceres e, incluso, la manera de preparar el café.
El clima cambió rápidamente al frío y los árboles estallaron en una explosión de color, no te podías creer aquellos rojos y amarillos. No es sólo el colorido, sino un brillo especial que es como si las hojas se tragaran la luz del sol del otoño y luego la fueran soltando despacito.
Charley, su perro, le acompaña en esta peculiar aventura y no son pocas las veces que hace referencia a él y a la compañía que le hace. Somos testigos de la complicidad que hay entre ellos y del bien que se hacen el uno al otro. Charley es un perrete ya mayor, pero que todavía tiene mucho que decir. Fue educado por franceses y eso, según Steinbeck, hace que Charley se sienta más glamuroso que otros perros.
En Viajes con Charley, se tratan temas peliagudos de los que muchos americanos se niegan a posicionarse por ser temas incómodos. John Steinbeck intenta, a lo largo y ancho del país, hablar con sus compatriotas de política, pero nadie le habla con sinceridad. Se encuentra con problemas sociales con los que no sabe como lidiar, como la discriminación a los negros. Hay un capítulo, llegando al final del viaje, en el que cuenta cómo una comunidad se vuelve en contra de un colegio en el que se han matriculado dos niños negros haciendo manifestaciones todas las mañanas para abuchear, no tanto a los niños negros, que también, sino a un padre blanco, que lleva todos los días a su hijo blanco, al colegio con dos negros. Muy impactante hasta dónde puede llegar la incultura.
También se da cuenta el autor de cómo ha cambiado él a lo largo de los años. Nació en California, pero en el momento del viaje, y también de su muerte, vivía en Nueva York. La manera de pensar en ambos estados es muy diferente y él no sabe si se fue a vivir a la costa este porque encajaba mejor con su manera de pensar, o si al irse a Nueva York cambió su manera de pensar. Sea como fuere, hace un ejercicio de quién era y de quién es en el momento de escribir el libro; de cómo es el resto del pueblo americano y cómo, en función de dónde hayas nacido, piensas de una manera u otra. Este libro es un viaje literal a través de Estados Unidos, pero también lo es metafórico; un viaje al centro del pensamiento americano: el suyo propio y el de los demás.
Seguía siendo la Ciudad que recordaba yo, tan segura de su grandeza que puede permitirse ser amable.
3 comentarios:
La verdad es que no sé si disfrutaría con esta lectura. No creo que me anime.
Besotes!!!
He leído alguno de este autor pero no este, me lo llevo apuntado. Y tu viaje...me da muchísima envidia.
Besos
Qué maravilla de viaje. Este libro no lo conocía. Del autor he leído Las uvas de la ira y La perla. Besos.
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