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miércoles, 27 de mayo de 2009

La madre Pearl S. Buck

Cuando era pequeña mi madre me enseñó Viento del este, viento del oeste y me dijo que era un libro muy bonito, que seguro que me iba a gustar. Sé de qué trata, pero lo leí hace tanto tiempo que no recuerdo la mayoría de cosas. Cuando lo terminé pensé que mi madre había tenido razón al decir que me iba a gustar.

El caso, y a lo que viene todo esto, es que hace unos días yo estaba buscando en el maletero del mueble de mi habitación un libro porque no tenía ninguno nuevo en casa. Cuando mi madre me vio, me preguntó qué quería y me aconsejó otra vez el mismo libro.

- Ya lo leí.
- Pues coge La madre, que es de la misma autora. Seguro que también te gusta.

Y lo cogí.

No sabía muy bien qué esperaba del libro cuando decidí leerlo, pero lo que sí sé después de haberlo leído es que no me ha defraudado. Incluso cuando en la primera página leí algo así como: “Díjole la madre” pensé que podía ser entretenido leer algo escrito en un castellano tan antiguo. Unas páginas después ya no me llamaba la atención la forma en que estaba traducido el libro, sino que me enganchó de tal manera que me parecía algo natural su forma de hablar y de expresarse.

La madre cuenta la historia de una mujer china que trabaja en el campo y que a la vez trabaja en su casa. Con lo que ella y su marido sacan del campo tienen para vivir ellos, sus dos hijos, su hija y la suegra de la madre. Eso sí, tienen para vivir pero no muy holgadamente. Durante todo el libro te vas empapando de la, (no tan antigua), cultura china. Las mujeres no valen, sólo los hombres cuentan en las familias y es por eso que la vida le resulta tan dura a la protagonista una vez que su marido la abandona. Diría su nombre, pero se refieren a ella todo el tiempo como la madre, la mujer del primo, ama de casa o nombres similares. No mencionan ni un solo nombre en todo el libro y sin embargo es muy fácil saber de quien se habla en cada momento.

Para salvar su orgullo no le cuenta a nadie que ha sido abandonada, sino que se inventa que su hombre está trabajando en la casa de un hombre muy rico y que de esta forma podrá enviar más dinero. Con mucho trabajo consigue reunir cada año diez monedas de plata para enviarlas desde la aldea más cercana con el nombre del marido en el remite. Sin embargo ella necesita que dejen de preguntarle siempre porqué no viene nunca a verla y decide inventar que ha muerto en un incendio. Sin embargo no se quita el peso de encima y empieza a pensar que todos los pecados que está cometiendo se convierten en una maldición que ha caído sobre ella y sobre toda su familia.

Ahora ya estoy con otro libro, pero a no mucho tardar releeré Viento del este, viento del oeste. Estoy segura de que volverá a gustarme tanto como la primera vez.

Pero amaneció el día y el hombre no llegó. No. Todo el día esperaron con las ropas limpias, aseados los niños, y procurando no ensuciarse, cuidando la vieja de que no se cayera comida en la falda. La madre forzábase en sonreír todo el día.

-Todavía es de día -decíase-, y puede aún llegar hoy.

A su puerta, acercáronse los que habían sido buenos amigos de su hombre, para desearle suerte, si había llegado, y ella les ofreció té y pequeños pasteles.

-En verdad puede venir hoy -contestaba ella cuando le preguntaban-, pero tal vez su amo no puede pasarse sin él, pues sé que le quiere bien y confía en él.

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